Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
NAUFRAGIOS Y COMENTARIOS




Comentario

De cómo se mudó la costumbre del recebirnos



Desde aquí hobo otra manera de recebirnos, en cuanto toca al saquearse, porque los que salían de los caminos a traernos alguna cosa a los que nosotros venían no los robaban; mas después de entrados en sus casas, ellos mismos nos ofrescían cuanto tenían, y las casas con ellos; nosotros las dábamos a los principales, para que entre ellos las partiesen, y siempre los que quedaban despojados nos seguían, de donde crescía mucha gente para satisfacerse de su pérdida; y decíanles que se guardasen y no escondiesen cosa alguna de cuantas tenían, porque no podía ser sin que nosotros lo supiésemos, y haríamos luego que todos muriesen, porque el sol nos lo decía. Tan grandes eran los temores que les ponían, que los primeros días que con nosotros estaban, nunca estaban sino temblando y sin osar hablar ni alzar los ojos al cielo. Estos nos guiaron por más de cincuenta leguas de despoblado de muy ásperas sierras, y por ser tan secas no había caza en ellas, y por esto pasamos mucha hambre, y al cabo un río muy grande, que el agua nos daba hasta los pechos; y desde aquí nos comenzó mucha de la gente que traíamos a adolescer de la mucha hambre y trabajo que por aquellas sierras habían pasado, que por extremo eran agras y trabajosas. Estos mismos nos llevaron a unos llanos al cabo de las sierras, donde venían a recebirnos de muy lejos de allí, y nos recebieron como los pasados, y dieron tanta hacienda a los que con nosotros venían, que por no poderla llevar dejaron la mitad; y dijimos a los indios que lo habían dado que lo tornasen a tomar y lo llevasen, porque no quedase allí perdido; y respondieron que en ninguna manera lo harían, porque no era su costumbre, después de haber una vez ofrecido, tornarlo a tomar; y así, no lo teniendo en nada, lo dejaron todo perder. A éstos dijimos que queríamos ir a la puesta del sol, y ellos respondiéronnos que por allí estaba la gente muy lejos, y nosotros les mandábamos que enviasen a hacerles saber cómo nosotros íbamos allá, y de esto se excusaron lo mejor que ellos podían, porque ellos eran sus enemigos, y no querían que fuésemos a ellos; mas no osaron hacer otra cosa; y así, enviaron dos mujeres, una suya, y otra que de ellos tenían captiva; y enviaron éstas porque las mujeres pueden contratar aunque haya guerra; y nosotros las seguimos, y paramos en un lugar donde estaba concertado que las esperásemos; más ellas tardaron cinco días; y los indios decían que no debían de hallar gente. Dijímosles que nos llevasen hacia el Norte; respondieron de la misma manera, diciendo que por allí no había gente sino muy lejos, y que no había qué comer ni se hallaba agua; y con todo esto, nosotros porfiamos y dijimos que por allí queríamos ir, y ellos todavía se excusaban de la mejor manera que podían, y por esto nos enojamos, y yo me salí una noche a dormir en el campo, apartado de ellos; mas luego fueron donde yo estaba, y toda la noche estuvieron sin dormir y con mucho miedo y hablándome y diciéndome cuán atemorizados estaban, rogándonos que no estuviésemos más enojados, y que aunque ellos supiesen morir en el camino, nos llevarían por donde nosotros quisiésemos ir; y como nosotros todavía fingíamos estar enojados y porque su miedo no se quitase, suscedió una cosa extraña, y fue que este día mesmo adolescieron muchos de ellos, y otro día siguiente murieron ocho hombres. Por toda la tierra donde esto se supo hobieron tanto miedo de nosotros, que parescía en vernos que de temor habían de morir. Rogáronnos que no estuviésemos enojados, ni quisiésemos que más de ellos murieren, y traían por muy cierto que nosotros los matábamos con solamente quererlo; y a la verdad, nosotros recebíamos tanta pena de esto, que no podía ser mayor; porque, allende de ver los que morían, temíamos que no muriesen todos o nos dejasen solos, de miedo, y todas las otras gentes de ahí adelante hiciesen lo mismo, viendo lo que a éstos había acontecido. Rogamos a Dios Nuestro Señor que lo remediase; y ansí, comenzaron a sanar todos aquellos que habían enfermado, y vimos una cosa que fue de grande admiración: que los padres y hermanos y mujeres de los que murieron, de verlos en aquel estado tenían gran pena; y después de muerto, ningún sentimiento hicieron, ni los vimos llorar, ni hablar unos con otros, ni hacer otra ninguna muestra, ni osaban llegar a ellos, hasta que nosotros los mandábamos llevar a enterrar, y más de quince días que con aquéllos estuvimos, a ninguno vimos hablar uno con otro, ni los vimos reír ni llorar a ninguna criatura; antes, porque uno lloró, la llevaron muy lejos de allí, y con unos dientes de ratón agudos la sajaron desde los hombros hasta casi todas las piernas. E yo, viendo esta crueldad y enojado de ello, les pregunté que por qué lo hacían, y respondiéronme que para castigarla porque había llorado delante de mí. Todos estos temores que ellos tenían ponían a todos los otros que nuevamente venían a conoscernos, a fin que nos diesen todo cuanto tenían, porque sabían que nosotros no tomábamos nada, y lo habíamos de dar todo a ellos. Esta fue la más obediente gente que hallamos por esta tierra, y de mejor condición; y comúnmente son muy dispuestos. Convalescidos los dolientes, y ya que había tres días que estábamos allí, llegaron las mujeres que habíamos enviado, diciendo que habían hallados muy poca gente, y que todos habían ido a las vacas, que era en tiempo de ellas; y mandamos a los que habían estado enfermos que se quedasen, y los que estuviesen buenos fuesen con nosotros, y que dos jornadas de allí, aquellas mismas dos mujeres irían con dos de nosotros a sacar gente y traerla al camino para que nos recebiesen; y con esto, otro día de mañana todos los que más rescios estaban partieron con nosotros, y a tres jornadas paramos, y el siguiente día partió Alonso del Castillo con Estebanico el negro, llevando por guía las dos mujeres; y la que de ellas era captiva los llevó a un río que corría entre unas sierras donde estaba un pueblo en que su padre vivía, y éstas fueron las primeras casas que vimos que estuviesen parescer y manera de ello. Aquí llegaron Castillo y Estebanico adonde nos había dejado, y trajo cinco o seis de aquellos indios, y dijo cómo había hallado casas de gente y de asiento, y que aquella gente comía frísoles y calabazas, y que había visto maíz. Esta fue la cosa del mundo que más nos alegró, y por ello dimos infinitas gracias a nuestro Señor; y dijo que el negro vernía con toda la gente de las casas a esperar al camino, cerca de allí; y por esta causa partimos; y andada legua y media, topamos con el negro y la gente que venían a recebirnos, y nos dieron frísoles y muchas calabazas para comer y para traer agua, y mantas de vacas, y otras cosas. Y como estas gentes y las que con nosotros venían eran enemigos y no se entendían, partimos de los primeros, dándoles lo que nos habían dado, y fuímonos con éstos; y a seis leguas de allí, ya que venía la noche, llegamos a sus casas, donde hicieron muchas fiestas con nosotros. Aquí estuvimos un día, y el siguiente nos partimos, y llevándoslos con nosotros a otras casas de asiento, donde comían lo mismo que ellos; y de ahí adelante hobo otro nuevo uso: que los que sabían de nuestra ida no salían a recebirnos a los caminos, como los otros hacían; antes los hallábamos en sus casas, y tenían hechas otras para nosotros, y estaban todos asentados, y todos tenían vueltas las caras hacia la pared y las cabezas bajas y los cabellos puestos delante de los ojos, y su hacienda puesta en montón en medio de la casa; y de aquí adelante comenzaron a darnos muchas mantas de cueros, y no tenían cosa que no nos diesen. Es la gente de mejores cuerpos que vimos, y de mayor viveza y habilidad y que mejor nos entendían y respondían en lo que preguntábamos; y llamámosles de las Vacas, porque la mayor parte que de ellas mueren es cerca de allí, y porque aquel río arriba más de cincuenta leguas, van matando muchas de ellas. Esta gente andan del todo desnudos, a la manera de los primeros que hallamos. Las mujeres andan cubiertas con unos cueros de venado, y algunos pocos de hombres, señaladamente los que son viejos, que no sirven para la guerra. Es tierra muy poblada. Preguntámosle cómo no sembraban maíz; respondiéronnos que lo hacían por no perder lo que sembrasen, porque dos años arreo les habían faltado las aguas, y había sido el tiempo tan seco, que a todos les habían perdido los maíces los topos, y que no osarían tornar a sembrar sin que primero hobiese llovido mucho; y rogábannos que dijésemos al cielo que lloviese y se lo rogásemos, y nosotros se lo prometimos de hacerlo ansí. También nosotros quesimos saber de dónde habían traído aquel maíz, y ellos nos dijeron que de donde el sol se ponía, y que lo había por toda aquella tierra; mas que lo más cerca de allí era por aquel camino. Preguntámosles por dónde iríamos bien, y que nos informasen del camino, porque no querían ir allá; dijéronnos que el camino era por aquel río arriba hacia el Norte, y que en diez y siete jornadas no hallaríamos otra cosa ninguna que comer, sino una fruta que llaman chacan, y que la machucan entre unas piedras si aun después de hecha esta diligencia no se puede comer, de áspera y seca; y así era la verdad, porque allí nos lo mostraron y no lo podimos comer, y dijéronnos también que entretanto que nosotros fuésemos por el río arriba, iríamos siempre por gente que eran sus enemigos y hablaban su misma lengua, y que no tenían que darnos cosas a comer; mas que nos recebirían de muy buena voluntad, y que nos darían muchas mantas de algodón y cueros y otras cosas de las que ellos tenían; más que todavía les parescía que en ninguna manera no debíamos tomar aquel camino. Dudando lo que haríamos, y cuál camino tomaríamos que más a nuestro propósito y provecho fuese, nosotros nos detuvimos con ellos dos días. Dábannos a comer frísoles y calabazas; la manera de cocerlas es tan nueva, que por ser tal, yo la quise aquí poner, para que se vea y se conozca cuán diversos y extraños son los ingenios y industrias de los hombres humanos. Ellos no alcanzan ollas, y para cocer lo que ellos quieren comer, hinchen media calabaza grande de agua, y en el fuego echan muchas piedras de las que más fácilmente ellos pueden encender, y toman el fuego; y cuando ven que están ardiendo tómanlas con unas tenazas de palo, y échanlas en aquella agua que está en la calabaza, hasta que la hacen hervir con el fuego que las piedras llevan; y cuando ven que el agua hierve, echan en ella lo que han de cocer, y en todo este tiempo no hacen sino sacar unas piedras y echar otras ardiendo para que el agua hierva, para cocer lo que quieren, y así lo cuecen.